LA VIDA DESPUÉS DE LA EPIDEMIA
Primero y más importante será una vida con un fondo de injusticia por las personas que se han ido y que no deberían haberse ido. La injusticia de centenares de miles de fallecidos en el mundo y decenas de miles en nuestro entorno, debería estar presente en nuestras consciencias canalizando esa impotencia y rabia (si, rabia) hacia el engaño en que hemos vivido estas últimas décadas.
Desgraciadamente no soy optimista respecto a cambios importantes a nivel político y de poderes del estado. Si creo que mucha gente se puede haber dado cuenta de la excesiva superficialidad de la vida que se llevaba. El mayor enemigo de cualquier cambio a positivo es la propia sociedad tal y como está montada. Las grandes corporaciones crearon un espantoso virus de necesidades vacías que durante décadas ha infectado a prácticamente toda la sociedad. Esas grandes corporaciones, las que tienen a gobiernos comiendo en la palma de su mano, son las que van a dirigir la nueva sociedad post Covid19. Las grandes corporaciones son las que impidieron en el caso de España cerrar territorios y que empresas y empleos de poca importancia estratégica funcionaran hasta muy muy tarde. Las vidas poco les importa, solo los números. El concepto de personas/números es una de las barreras a destruir.
Las enseñanzas de la crisis del 2008
Las enseñanzas que nos dejó la crisis del 2008 se fueron diluyendo en el tiempo y solo los grandes bancos ingresaron decenas de miles de millones para sanear sus cuentas. Los ciudadanos afectados, nada. Miles y miles de personas arruinadas de por vida. Grandes recortes sociales. La sanidad pública en el punto de mira. Ya se dijo en el despacho del ministro de interior del PP, Fernandez Díaz refiriéndose a Catalunya “Les hemos destrozado el sistema sanitario”. Esa es la actitud del poder. Crueldad. Pocas enseñanzas dejó la crisis. Se aumenta el presupuesto militar y se reduce el sanitario (el presupuesto militar es el doble que el sanitario). Los intereses de las corporaciones y la extrema corrupción política intentan privatizar la sanidad pública y en algunos casos, como Madrid, lo logran en parte.
Como resumen, la crisis del 2008 no solo no enseñó nada, sino que fortaleció a los poderes. La prensa, radio y TV (entregadas al poder y a las grandes empresas) colaboraron fielmente en esa estrategia de manipulación. Solo hubo un pequeño atisbo de esperanza en el 2011 con el movimiento 15M pero pronto, muy pronto, pasó a formar parte de los engranajes del estado y como vemos en esta crisis, se han vendido totalmente al poder.
La nueva situación, oportunidad para cambio o peligro de retroceso.
Habrá retroceso si…
Los poderes del Estado al servicio de los intereses económicos (que no sociales) llevan meses trabajando para neutralizar cualquier movimiento social de queja ante la muerte de miles y miles de personas que no deberían haber fallecido. Eslóganes patrióticos, militares en ruedas de prensa, soflamas vacías, manipulación de datos, mentiras sin ningún complejo pues saben que la prensa les respalda, falta real de ayudas a la ciudadanía… Están trabajando duro para controlarlo todo pues saben que la pandemia es una oportunidad real de cambio. Pero tienen experiencia del control de masas como demostraron en el 2008. Han encontrado una nueva arma de control, el miedo. La utilizarán sin compasión. En nada veremos como mentirán de nuevo diciendo que en los hospitales no ha habido colapso creando un infame relato fantasioso.
Si logran que la sociedad se crea sus mentiras, todo seguirá igual o peor. Cederán en algo, harán ver que son sensibles a los problemas sociales. Puro marketing de control de masas.
El objetivo de los poderes es que vuelvas a ser un número/balance entre lo que recibes, lo que gastas y como lo gastas. El objetivo es inocularte de nuevo el deseo hacia lo superficial y que entres otra vez en la dinámica consumista que no aporta más que un momento efímero de felicidad. El objetivo es que mires a pequeños placeres artificiales y así no te fijes en sus fechorías.
Buscarán formas para desviar la atención buscando enemigos interiores o exteriores. Les ha funcionado muchas veces.
El retroceso social está asegurado si ese diabólico plan, de nuevo, se impone.
Habrá cambio si…
Los poderes del Estado son sibilinos. Saben retroceder, adaptarse, aparentar el ceder pero sin perder de vista su objetivo final. La presión social es la única que puede marcar ese ritmo. ¿Acaso podemos creer que el ejercito se ha movilizado con objetivo prioritario de ayudar? Sin duda, no. El ejercito está preparado para, en el caso de un levantamiento social, aplacarlo sin piedad. El despliegue humanitario es solo un burdo maquillaje para lavar su imagen de cara a lo que quizás (ojalá) pueda venir. Pero es poco probable ese levantamiento social. Sufro vergüenza ajena al ver vecinos vitorear a quien sin duda, a la primera orden del poder, los aplastaría.
El cambio llega cuando se tensa la cuerda. Cuando las convicciones son claras. Estos meses de confinamiento deberían ser meses de valoración. Por supuesto que hay ganas de salir, comprar, reír y sentarse en un bar con amigos, pero debería haber las mismas ganas de salir a la calle con la seguridad de que el Estado no va a traicionarnos de nuevo.
Pero el cambio tiene que ser (imprescindible) también interior. Debe ser un despertar del yo interior, de lo que somos, de lo que queremos para nosotros mismos y los demás. Estos días de restricciones deben ser como retiros de autoconocimiento y autocrítica. Retiros interiores en que cambien las prioridades. Lo superfluo, lo impuesto debe quedar a un lado y salir a la calle desde otra perspectiva. El cambio llegará si una gran parte de la población hace autocrítica de sus comportamientos sociales, se da cuenta de la superficialidad de actitudes y humildemente se adapta a lo que surge del interior, no a lo que se quiere aparentar.
El cambio llegará cuando las grandes corporaciones vean que sus productos o formas de ver la vida no son compatibles con esa nueva realidad social.
El cambio llegará cuando se exija la derogación de privilegios injustos, instituciones obsoletas, sueldos millonarios no solo políticos, sino en todos los ámbitos.
El cambio llegará cuando se exija que no se compre un inútil avión de combate de más de 100 millones de euros pudiendo comprar miles de respiradores y millones de mascarillas.
El cambio llegará cuando se reconozcan las personas realmente importantes de la sociedad, las que nos cruzamos cada día, transportistas, sanitarias/os, dependientas/es, bomberas/os, barrenderas/os, pequeñas/os y medianas/os empresarias/os comprometidos, oficinistas, administrativa/os, asesores, camareros, comerciantes… trabajadores en general. No a los falsamente importantes, futbolistas, influencers, tertulianos de prensa rosa, realities… etc. que se llevan miles de millones por demostrar un modo de vida de falsa felicidad que no hace más que crear infelicidad y dormir almas.
Hablo de una revolución sin armas, una revolución de actitud ante la vida, una revolución espiritual al fin y al cabo, de generosidad no solo con uno mismo, sino con las generaciones futuras. Una revolución pacífica pero con mucha fuerza.
Solo he puesto algunas de las muchas actitudes necesarias para ese gran cambio.
Lo que creo que pasará
Como he dicho al principio, no soy optimista respecto a ese cambio de lo establecido. El enemigo del cambio es el Estado y sus poderes económicos y mediáticos. Son demasiado poderosos, flexibles a veces y crueles aplicando la fuerza. El Estado es una masa con un fondo corrupto en el que los ciudadanos son números que a veces hay que dejar morir (como han demostrado).
Creo que las cosas nivel general quedarán más o menos igual. El poder seguirá con su función represora de almas. Cederán en pequeños aspectos reclamados por la ciudadanía, pero amparados por la gran crisis económica que se avecina, tendrán la excusa perfecta para no solventar problemas sociales acuciantes. Asistiremos a un despliegue publicitario sin precedentes para tapar lo importante por lo patriótico (Patria y ejército van de la mano por lo que el presupuesto militar no bajará). Veremos boquiabiertos como los responsables del desmantelamiento de la sanidad pública ganan fuerza tergiversando sus discursos. Políticamente poco va a cambiar.
Socialmente si que espero que haya cambios. Cambios individuales o colectivos que no se van a ver reflejados en principio en los poderes del estado, pero si en el día a día. Espero un despertar de solidaridad entre los ciudadanos que impotentes ven como llegar a que el poder sea justo, es una tarea prácticamente inútil. Ese despertar es la gran esperanza. La solidaridad es un despertar del alma. Muchas personas van a sentir ese despertar y esa nueva forma de ver la vida, esa es la gran esperanza y el gran aprendizaje de esta terrible crisis. Habrá un incremento del respeto individual a la naturaleza, paso clave para seguir con una evolución más profunda.
Es otra vía para la revolución, desde la individualidad, desde los hechos y actitudes consumadas, obligar a los poderes y a las empresas a adaptarse. Ahí reside mi única esperanza de optimismo porque, evidentemente vendrá otra gran crisis, más destructora y solo si socialmente se está más preparado, se podrá seguir avanzando.