Paseando por un lugar muy especial, me encontré con esta maravillosa encina. Acercarse parecía difícil pues está rodeada de matorrales que impiden el acceso. Pero algo me llamaba, algo me decía que debía acercarme y disfrutar de su compañía. Así lo hice. La vegetación que lo protegía fue amable conmigo y aunque era espesa, pareció que leía mis intenciones y me permitió el paso. Pensé que la vegetación era el aura del árbol, inexpugnable para lo negativo, hospitalario para lo positivo. Las hojas de los arbustos, me acariciaban. Incomprensible por su espesura.
Nuestra aura, si está en buen estado, actúa de la misma manera. agradable con lo positivo, defensivo con lo negativo. Atrae lo bueno, protege de lo malo.
Me dio respeto tocar el magnifico tronco. Me quedé unos minutos admirando su belleza. Me sentía protegido y en paz. Mis manos se acercaron al tronco y las sensaciones explotaron. Explosiones de paz. Mis manos, los chakras de mis manos, recibían lo que la encina era. Cerré los ojos y sentí sus raíces gigantes que se adentran en la tierra con dos maravillosas funciones, alimentarse de su esencia y darle una estabilidad perfecta.
Nuestras energías provienen de la tierra, del universo. Nuestra estabilidad depende en gran parte de la capacidad de atraer energías.
No se el tiempo que estuve con mis manos sintiendo sus energías. Sentí muchas cosas de ese gran árbol. Me hablaron de los momentos difíciles que ha pasado, de los críticos años de formación, de las sequías, de los parásitos que intentan robar energías. Me habló de su esencia, de su origen, la tierra. Me habló del futuro, de su misión en su vida. Albergar, proteger, crear... Me habló de su final, con una profunda alegría, pues volvería a la tierra alimentándola. Me habló de agradecimiento a sus antepasados por haberle enseñado y darle fuerza para seguir su obra. Me hablo de orgullo que siente por las pequeñas encinas que crecen a su amparo que luchan día a día por fortalecerse.
Nuestro legado son nuestros actos. Éstos son el resultado de nuestras vivencias. Sentirse orgulloso es signo de coherencia entre nuestro interior y nuestras acciones. Agradecer lo aprendido, aunque haya sido duro y traspasarlo a nuestro entorno.
Casi anochecía. La encina me enseñó lo parecidos que somos. Por unas horas fui uno con ella, con la tierra, con la naturaleza. Sentí la vida que alberga. Pequeñas energías que juegan con el desconocido. Si eres uno con la tierra, se abre a ti y descubres un nuevo mundo, sin normas sociales, egoísmos, envidias y maldades.
Me alejé sintiendo que algo había cambiado, o mejor, que algo se había reafirmado.
Di una última mirada y sentí que me decía que siempre seré bien recibido.
Gracias.
Manuel
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