Esta mañana he paseado por Las Ramblas. La tristeza a veces te hace ver de que te sientes orgulloso.
Mientras paseaba por el tramo del atentado de ayer, intentaba recordar momentos vividos en ese lugar.
Cogido de la mano de mi padre camino de la Plaza Real. Paseando con mi madre, enamorada de Barcelona, explicándome anécdotas e historias de todo lo que veíamos. Cientos de paseos solitarios acompañado de miles de personas.
Las primeras protestas y las consiguientes carreras y golpes recibidos por los grises. Los cafés en la terraza del Zurich, los cócteles de Boadas, cervezas con amigos en el café de la ópera, domingos por la mañana leyendo la prensa mirando a la gente, la alegría de los triunfos del Barça, las olimpiadas, diadas… me he dado cuenta de que muchos recuerdos de mi vida habitan en ese tramo de Las Ramblas.
El paseo de hoy ha sido una curiosa mezcla de tristeza y orgullo. Hoy, como siempre, La Rambla estaba llena. Mi ciudad y sus visitantes no tenían miedo.
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