La filosofía del pensamiento positivo, de la cual estoy en la mayor parte deacuerdo, como todas las filosofías, religiones y movimientos ideológicos, cuando se lleva al extremo, puede resultar contraproducente.
La vida es una sucesión de hechos que nos afectan positiva y negativamente. Alegrías y tristezas se suceden y nos amoldamos a ellas. Momentos felices y momentos que no lo son, pero que forman parte de lo que es la vida. Aprendemos de todas las circunstancias.
El pensamiento positivo es un entrenamiento mental encaminado a afrontar las circunstancias de la vida con optimismo para atraer lo positivo (ley de la atracción). Una forma maravillosa de afrontar la vida. Pero los que lo practican de forma extrema, dejan de experimentar, o se tapan, sensaciones difíciles que hay que vivir.
No es el primer caso que me llega de personas extremadamente positivas, que practican el pensamiento positivo extremo y un día, por un hecho quizás irrelevante, explotan y caen en un pozo ansioso/depresivo considerable.
Son personas que afrontan los problemas, las pérdidas de personas queridas, las circunstancias difíciles con pensamiento positivo. Tapan lo que su interior siente, reflejando positividad para ayudar a los suyos en momentos difíciles. Tanta presión interior acumulada les puede llevar a situaciones límites.
El último caso concreto (me ha dado permiso para esbozarlo) es de una mujer, Isabel, que afrontaba los problemas siempre con la mayor de las sonrisas. Su vida era su familia, su entorno, que vieran en ella el pilar donde apoyarse. Y así lo hizo y lo consiguió durante muchos años. Perdió a una hija en un accidente de tráfico y dentro del dolor, lo afrontó con extrema positividad. Ahogaba su pena interna con capas de positividad externa para que los demás vieran en ella un referente. Ayudó a que los suyos superaran esa pérdida. El pensamiento positivo cumplió su misión y su familia volvió (en lo posible) volver a ser feliz.
Su pareja perdió el trabajo pero ella consiguió impregnarle de positividad y al poco tiempo y pese a tener 53 años, consiguió un trabajo mejor. Las ondas positivas con su efecto retorno funcionaban.
Una mañana, al levantarse, se sintió mal, pesada, malhumorada, un malestar interno que nunca había sentido. Pensó afrontar el día con su maravillosa arma positiva. Cuando estaba preparando el té, la taza que su hija siempre utilizaba y que ahora era su taza, se le resbaló incomprensiblemente de las manos y se rompió en mil pedazos. Se quedó quieta, de pie, mirando los trozos que se esparcían por el suelo de la cocina. No decía nada. Su marido y su hijo que se levantaron inmediatamente al oír el ruido, se miraron extrañados al ver la expresión de su madre. Seguía quieta, de pie, mirando el suelo. Le abrazaron con cariño al ver que algo estaba pasando, le preguntaban, pero Isabel no oía nada y tampoco veía nada pues sus ojos se inundaron de lágrimas y empezó a llorar de forma silenciosa y profunda. Eran las lágrimas de su alma. Las lágrimas que debió derramar cuando por ayudar a los demás, no las derramó. Su alma lloraba desconsoladamente.
Arrodillada en el suelo de la cocina, con su familia intentando sentarla, recogía palpando el suelo con las manos, los trozos de cerámica de la taza. Todo se había venido abajo. Cada trozo de esa taza era una circunstancia vivida que ella tapo con su exceso de pensamiento positivo.
Lloró durante días todo lo que no había llorado nunca. Se dejó querer, arropar, abrazar, consolar tal como ella había hecho siempre por los demás.
Cuando me llamó, sus primeras palabras fueron: "Manuel, he aprendido a llorar"
Como he dicho antes, la vida, es una sucesión de hechos que nos afectan positiva y negativamente, es cierto. El pensamiento positivo es necesario para atraer lo positivo y ayudar al entorno, es cierto. Pero somos humanos y lo que nos creó o el que nos creó puso las lágrimas en nuestros ojos por alguna razón.
Gracias Isabel.
Feliz viernes.
Manuel